Utente:Principe Pío/colegio

La historia del Museo Nacional del Prado recorre más de dos siglos, desde que Carlos IIII y su ministro, el Conde de Aranda, intentaron crear un Museo de Historia Natural. Para ello se comisionó a Juan de Villanueva para dicha tarea. El proyecto arquitectónico de la actual pinacoteca fue aprobado por el rey en 1786. Supuso la culminación de la carrera de Villanueva y una de las cimas del neoclasicismo español, aunque dada la larga duración de las obras y avatares posteriores, el resultado definitivo se apartó un tanto del diseño inicial.

Las colecciones reales modifica

 
Felipe II, el primer coleccionista de la Edad Moderna en España. Su gusto por la obra de Tiziano le llevó a encargar al pintor varias obras que hoy engrosan el Prado. En el retrato, posa para Tiziano.

El afán de coleccionar obras de arte surgió en la Edad Media, con los monarcas castellanos Juan II, Enrique IV e Isabel I. Al morir, la mayoría de los soberanos solía lebggar su patrimonio artístico a instituciones que apoyaron, o bien fundaron, en vida. Ese fue el caso de Enrique IV, que donó gran parte de sus pinturas —especialmente de Van Dyck, como La fuente de la gracia— al Monasterio de El Parral, en Segovia. Su padre, Juan II, hizo entrega de sus posesiones artísticas a la Cartuja de Miraflores, Burgos, donde está enterrado él y su hijo Alfonso. Durante la Guerra de Independencia, los franceses saquearon la ciudad y gran parte de su colección se perdió. Isabel I, mientras tanto, dejó disperso su legado, una pequeña parte en el Palacio Real de Madrid donde tan sólo se encuentran algunos retablos— y en la Capilla Real de Granada, donde tambnién se perdió por efectos de la guerra.[1]

Al llegar la Casa de Austria a España, con Carlos I, quien al morir ya no hereda a una institución su patrimonio —que contaba grandes obras de Tiziano, hoy pertenecientes al Prado—, sino a su hijo y sucesor, Felipe II. Éste también recibiría la rica herencia de su tía María de Hungría. Admirador de Tiziano, pensó en acrecentar su colección de éste, encargándole sendos retratos que el Prado posee. Sin embargo, su colección fue mermándose con el tiempo, especialmente con el incendio del Palacio Real en 1604, la invasión napoleónica —donde fue expoliado El matrimonio Arnolfini, de Van Eyck, que años después apareció en la National Gallery de Londres—. Felipe de Guevara, gentilhombre de Carlos I y amigo personal de Felipe II, expuso a éste su idea de realizar un museo de arte para exponer la colección real, pero la muerte del monarca en 1598, frustró los planes. Pero Guevara pudo publicar en 1597 un Inventario de alhajas y pinturas, de la colección real, entre las que destacan Danae, de Tiziano. El sucesor de Felipe II, Felipe III, mostró desidia en cuanto al arte, regalando a su primo el emperador Fernando II de Habsburgo varias piezas de su colección real, sitas hoy en el Museo de Historia del Arte de Viena. Sólo la llegada de Peter Paul Rubens a España, pudo paliar un poco la pérdida de obras de arte sufrida bajo Felipe III.[2]

 
Felipe IV, nieto de Felipe II, continuó la política coleccionista de su abuelo, al patrocinar a Velázquez —quien le retrata en Fraga— y conseguir para sí una gran colección de pintura italiana.

Es en 1621 cuando sube al trono Felipe IV, quizá el más coleccionista de todos los monarcas. Gran admirador del arte italiano, ordenó a sus agentes en aquel país conseguirle las más importantes obras de Caravaggio, Andrea Mantegna, Tintoretto y El Veronés. Durante su segundo viaje a Italia, Diego Velázquez, tiene la misión de traer al reino otras obras importantes. El embajador de Felipe IV en Londres, obtiene para su rey, asimismo, varias obras de la colección real del derrocado Carlos I, que pasan a su Palacio del Buen Retiro. En España, el rey fomentó la creación artística en las personas de Francisco de Zurbarán, Bartolomé Esteban Murillo, José de Ribera y, especialmente, de su pintor de cámara y emblema del arte español, Diego Velázquez. Éste retrató al rey en varias ocasiones, siendo la mayoría de esos cuadros conservados en el Prado. Bajo el último Austria, Carlos II, se adquieren cuadros de Luca Giordano, Claudio Coello y Juan Carreño.[3]

En 1700 se extinguió la rama española de los Austrias, por lo que el trono fue ocupado por Felipe V, de la Casa de Borbón. Su segunda esposa, Isabel de Farnesio, fue quien adquirió obras de pintores como Louis Michel Van Loo, Jean Ranc, Corrado Gianquinto y otros. El incendio del Real Alcázar en 1734 fue pretexto para la compra de obras de arte, esperando sustituir los cuadros perdidos —Tiziano, Velázquez y pintores flamencos—. Fernando VI no se preocupó por el coleccionismo artístico, pero su hermano y sucesor Carlos III, sí. Modernizador de palacios, protector de Mengs y Tiépolo, adquirió para la colección real El conde-duque de Olivares a caballo, Artemisa y varias piezas escultóricas. Su hijo, Carlos IV, y su nieto, Fernando VII, fueron los artífices de Francisco de Goya, otro maestro del que el Museo posee gran cantidad de sus obras.[4]

Carlos III y el proyecto de Villanueva modifica

 
Carlos III, pintado por Mengs. Ambos fueron artífices de lo que hoy es el Prado: el rey por haber construido el edificio —encargado a Juan de Villanueva—, y el pintor por dar a conocer el proyecto real entre la sociedad intelectual de España.

Al llegar Carlos VII de Nápoles al trono español, en 1759 y como Carlos III de España, impone una política de restauración urbanística, que sus antecesores Felipe V y Fernando VI habían comenzado. Como parte de ello, moderniza Madrid, la capital, dándole un aire más citadino y acorde al espíritu dieciochesco de la Ilustración. Es por eso que, al monarca, se le llama «el mejor alcalde de Madrid», en honor a las obras realizadas en la ciudad.[5]

Hacia 1767, y cumpliendo la promesa a su difunta esposa María Amalia de Sajonia, relativa a reformar Madrid, el monarca convocó a un concurso para crear un museo de ciencias, que comprendería también un zoológico y un jardín botánico. Juan de Villanueva fue el arquitecto que venció en la justa, pues su proyecto añadía también un observatorio astronómico al edificio. Más que un museo de arte, se centraría en las ciencias, pues el espíritu ilustrado de la época daba prioridad a lo científico sobre lo artístico. El rey desoyó muchas voces que pedían una pinacoteca, pues él también se consideraba aficionado a la ciencia.[6]

El lugar elegido para la realización del gabinete de historia natural fue el Parque del Buen Retiro, lugar edificado durante la época de Felipe IV. En el paseo, muy popular para el pueblo de Madrid, se realizaban fiestas y bailes. Sus palacios, especialmente el homónimo, resultaban de gran atractivo para la nobleza que solía descansar del bullicio citadino allí. Carlos III, gran amante de la caza, se desplazaba al Buen Retiro para sus actividades cinegéticas, donde Goya le retrató vestido de cazador. El mismo pintor representó varias de las escenas del Buen Retiro, especialmente en sus Cartones para tapices, que el Prado conserva.[7]

En el período comprendido entre 1767 y 1785 se construyó una ampliación del Buen Retiro, conocido como Paseo del Prado. En esa prolongación, Villanueva decide situar su edificio, que a la sazón irá de norte a sur del paseo. Además, el aire de fuentes neoclasicistasCibeles Apolo y Neptuno—, ayudó a la consolidación del Paseo como lugar de descanso para los madrileños.[8]

En definitiva, el edificio era un típico neoclásico. Tenía una estructura de planta rectangular alargada, interrumpida por tres cuerpos transversales: dos cubos en los extremos y una estructura de basílica, similar a la usada en el Pilar, de Zaragoza. La fachada tenía dos pisos: uno alto, con columnas jónicas y bóvedas semiesféricas; mientras que en la planta baja había medallones con estatuas y hornacinas, además de arcos de medio punto. La gran columna, que lo atravesaba longitudinalmente de principio a fin, era la fuente de equilibrio para el edificio. Pronto, las Cortes y el rey aprobaron los planes, pero al morir Carlos III en 1788 aún no había sido completado, por lo que el rey Carlos IV decide parar la construcción.[9]

 
José I, el primer rey que pensó en un museo de arte

Ya desde entonces el sector intelectual de la Corte se situó a favor de un museo de artes, como los existentes en París —especialmente, el Louvre—. Así lo demuestra Anton Rafael Mengs, protegido de Carlos III y pintor de cámara de éste, a su amigo Antonio Ponz, erudito y tratadista:

[[#CITEREF«Desearía yo que en este Real Palacio de Madrid se hallasen recogidas todas las preciosas pinturas que hay recogidas por los demás Sitios Reales, y que estuviesen puestas en una galería digna de tan gran monarca, para poder formarle a vuestra merced un discurso que desde los pintores más antiguos de que tenemos conocimiento guiase el entendimiento del curioso hasta los últimos que han merecido alguna alabanza, con el fin de hacer comprender la diferencia esencial que hay entre ellos y hacer más claras mis ideas».[10][11]|«Desearía yo que en este Real Palacio de Madrid se hallasen recogidas todas las preciosas pinturas que hay recogidas por los demás Sitios Reales, y que estuviesen puestas en una galería digna de tan gran monarca, para poder formarle a vuestra merced un discurso que desde los pintores más antiguos de que tenemos conocimiento guiase el entendimiento del curioso hasta los últimos que han merecido alguna alabanza, con el fin de hacer comprender la diferencia esencial que hay entre ellos y hacer más claras mis ideas».[10][11]]]

El Museo Josefino modifica

La invasión francesa a España, en 1808, supone un cambio de rey y el nombramiento de José Bonaparte, como José I de España. Coleccionista de arte, a diferencia de sus predecesores, él sí deseaba mostrar al público sus fondos artísticos, Mariano Luis de Urquijo le convenció de firmar un decreto creando el Real Museo Josefino, con fondos de las colecciones de Madrid y Castilla. Para ello fue necesario un inventario, usándose el de Guevara en 1597, pero complementado con uno realizado en 1811. Sin embargo, un año antes José I decretó el expolio de todas las obras de arte en los lugares que fuesen tomados por el ejército francés. Al ver frustrado en parte su plan, José I lleva los lienzos al Museo Napoleón, proyecto de su hermano, pero el ataque de Lord Wellington en Vitoria, consigue rescatar algunos de ellos. Mas éste decide guardarlas en su palacio de Londres, donde algunas —como El aguador de Sevilla, de Velázquez—, aún permanecen allí. Otras fueron donadas al Louvre.[12]

La gran mayoría de lienzos que no fueron considerados «dignos» del Museo Napoleón, pasaron a manos privadas. Muchas de esas pinturas fueron robadas y vendidas a colecciones extranjeras, especialmente francesas, inglesas y norteamericanas. Pero los que quedaron en España fueron restaurados en el antiguo convento de San Francisco por una comisión integrada por Mariano Maella, Manuel Napoli y Goya, siendo éste último echado más tarde por «falta de interés». Dos de las más considerables pérdidas fueron El matrimonio Arnolfini y parte del Tesoro del Delfín, trasladado al Louvre, en París.[13]

Nacimiento del Museo modifica

 
Fernando VII con manto real, por Goya, El rey, junto a sus esposas Isabel de Braganza y María Josefa de Sajonia, fue el impulsor del Prado, que, de acuerdo a sus deseos, había de llamarse Museo Fernandino.

Durante la Guerra de Independencia, el edificio se usó como cuartel de caballería y de armamento por las diferentes fuerzas que ocuparon Madrid. Al ser restaurado Fernando VII en el trono español, en 1814, se encontró con que el antiguo edificio de Villanueva había saqueado y también se utilizó como bodega de materiales de construcción. El Consejo de Castilla permitió al rey, el 2 de marzo de 1814, reconstruir el edificio:

[[#CITEREF«El estado que ha tenido, a consecuencia de una guerra destructora que todo lo ataca, el magnífico edificio del Museo de Ciencias [...], ha herido constantemente la vista del Rey nuestro Señor y excitado en su Real ánimo la gloriosa idea de perfeccionar una obra que, además de la grandeza de su objeto, concluida será uno de los mejores ornatos de Madrid [...], se ha dignado mandar S.M. que a la corta dotación señalada a este edificio para impedir que las aguas precipitaran su ruina [...], se contribuya con otra misma de su Real patrimonio capaz de llevar a cabo sus deseos, disponiendo que se concluya con preferencia la parte destinada a las nobles artes, con la mira, según benignamente ha insinuado S.M., de colocar en ella para su conservación, para estudio de los profesores y recreo del público, muchas de las preciosas obras que adornan sus palacios reales».[14]|«El estado que ha tenido, a consecuencia de una guerra destructora que todo lo ataca, el magnífico edificio del Museo de Ciencias [...], ha herido constantemente la vista del Rey nuestro Señor y excitado en su Real ánimo la gloriosa idea de perfeccionar una obra que, además de la grandeza de su objeto, concluida será uno de los mejores ornatos de Madrid [...], se ha dignado mandar S.M. que a la corta dotación señalada a este edificio para impedir que las aguas precipitaran su ruina [...], se contribuya con otra misma de su Real patrimonio capaz de llevar a cabo sus deseos, disponiendo que se concluya con preferencia la parte destinada a las nobles artes, con la mira, según benignamente ha insinuado S.M., de colocar en ella para su conservación, para estudio de los profesores y recreo del público, muchas de las preciosas obras que adornan sus palacios reales».[14]]]

El rey se apoyo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y ésta escogió, a través de su presidente Pedro Franco, el edificio del Palacio de Buenavista, propiedad de Manuel Godoy. De hecho, se llegaron a trasladar varias obras de arte al palacio, y se hizo una pequeña inauguración. Pero el grave problema de goteras —que años más tarde padecería el Prado—, obligaron al rey a cambiar la sede. Muchos de sus consejeros sugirieron paliar el defecto, pero la hacienda española no estaba en condiciones de gastar el dinero tras la crisis de la guerra.[15]

Pero fue la intervención de la intelectual segunda esposa de Fernando VII, Isabel de Braganza, lo que motivaría al rey a erigir un museo de pintura. La reina fue decidida partidaria del proyecto y sugirió a los comisarios del proyecto el edificio otrora destinado al Museo de Ciencias de Carlos III. Sin embargo, la reina muere prematuramente en 1818, pero su sucesora María Josefa de Sajonia, sigue con el ideal de Isabel. Estaba inspirada por la pinacoteca que su padre edificó en Dresde, y donó incluso parte de su fortuna al Museo. Para el verano de 1819 se habían gastado un millón de reales en el edificio, que fue inaugurado solemnemente por Fernando VII y esposa el 19 de noviembre. La reina hace que Vicente López, pintor de cámara en sustitución del retirado Goya, retrate a su antecesora como artífice del Museo. Años después, al entrar el liberalismo en España, la figura de Fernando VII como impulsor del Prado se desdoró ante dos mujeres portuguesas: su segunda mujer Isabel de Braganza, y Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI.[16]

 
El Prado, su primitiva entrada. Entonces sólo abría los miércoles.

El marqués de Santa Cruz, José Gabriel de Silva-Bazán y Walstein, fue designado primer director del Museo. Una de sus primeras actuaciones fue sugerir el nombre de Real Museo de Pintura para el nuevo edificio, en lugar de Museo Fernandino. Acto seguido ordena inventariar las pinturas de los reales sitios. A la fecha de inauguración, contaba con 1.510 obras de arte, de las cuales sólo estaban expuestas 311, en su mayoría de la escuelas española, alemana, italiana y flamenca. Otro tanto permanecía custodiado por un soldado y varios cabos, esperando una futura ampliación del Museo. El pintor y conserje del Museo, Luis Eusebi, hizo el primer inventario del naciente Prado. Fernando VII comenzó a interesarse por los fondos privados de colecciones, y en 1821 compró La Trinidad, de José de Ribera, por la que hubo de pagar 20.000 reales. Para entonces se aprovechó también el uso de las paredes para la exhibición de cuadros. Pronto se evidenció que era imposible contemplar las situadas rozando la cornisa del techo, y se usó para ello un catalejo a disposición del público visitante.[17]

José Gabriel de Silva fue sustituido en 1820 por el príncipe de Anglona, quien cesa en 1823. Su reemplazo fue el marqués de Ariza, José Idiázquez Carvajal, marqués de Ariza. En ese mismo día se confirió a Vicente López el cargo de director artístico del Prado. Quizá producto de una charla con Goya —el aragonés, exiliado en Burdeos, aceptó posar para López en su Retrato del pintor Francisco de Goya—, López sugirió a Ariza ampliar las instalaciones del Museo.[18] Pronto surgieron discrepancias entre ambos hombres y Ariza renunció en 1826. El nuevo director fue el duque de Híjar, más práctico que su antecesor, pide permiso al monarca de realizar las remodelaciones. Fernando VII firma el decreto el 27 de diciembre de 1827, y un año después están listas. Para 1828 se abren nuevas salas y un nuevo inventario, hecho, nuevamente, por Eusebi. De las 1.645 pinturas que tiene entonces el Museo, se exhiben 745. La gran novedad es la presentación de cuadros por escuelas —española, italiana, francesa, flamenca—, algo inédito en la museografía española hasta entonces. De la escuela flamenca, destaca la adquisición de Artemisa, de Rembrandt. Otras compras realizadas por Fernando VII consisten en 321 cuadros para la escuela española, 399 para la italiana y 99 para la francesa. Asimismo, el rey encomienda a los escultores Hermoso, Barba y Salvatierra decorar la fachada del Museo con esculturas alusivas a los pintores españoles —Velázquez, Murillo y el recién fallecido Goya dan nombre a las tres puertas del Museo—, además de otros artistas ibéricos como Ribera, Coello y Zurbarán.[19]

Isabel II, la Primera República y la Restauración modifica

Fernando VII murió el 29 de septiembre de 1833, dejando como heredera del reino a su hija mayor Isabel II. Es un momento difícil para España, ya que la nueva reina es menor de edad y gobierna bajo la regencia de su madre María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Las guerras carlistas azotan el país defendiendo el derecho al trono del hermano del rey, Carlos V, quien habría sido coronado de no haberse derogado la Ley Sálica. Isabel II recibió la herencia artística de su padre, en conjunto con su hermana Luisa Fernanda. Ésta renunció a sus derechos sobre el patrimonio artístico en 1845, pero Isabel lo hizo hasta 1865, cuando las pinturas vuelven a ser parte del patrimonio nacional, restaurando así un decreto de Felipe IV. En esa época, también se adquiere para el Prado la colección del Museo de la Trinidad, algunas pinturas del Monasterio del Escorial y el Tesoro del Delfín. Pero lo más importante de ese período es el proyecto que el duque de Híjar emprendió para dar mantenimiento al Museo, quitar el polvo de los cuadros y exterminar ratas e insectos. También se abrieron varias salas relativas a los desnudos, como Las majas, de Goya y varios desnudos relativos a la escuela italiana. En 1837, José de Madrazo es nombrado director del Museo, y durante su mandato la condesa de Chinchón, viuda de Godoy, vende al Prado el Cristo crucificado, de Velázquez, y otros cuadros propiedad de su marido. También se adquieren varias obras de El Greco, como La asunción, que años más tarde será vendida a su actual ubicación, el Museo de Chicago. Isabel II ordena en 1853 el traslado de obras pictóricas presentes en El Escorial al Prado, para lo cual se inaugura una sala «ex profeso» para ello. Entre las nuevas obras que componen la colección se encuentra La virgen del pez de Rafael Sanzio.[20]


La Gloriosa derrocó a Isabel II en septiembre de 1868, y da pie al Sexenio Democrático, donde sucede el reinado de Amadeo de Saboya y la Primera República. Una Junta Revolucionaria se hace cargo del Museo, que cambia su nombre a Museo Nacional de Pintura y Escultura. La junta consiguió, además, los Cartones para tapices de Goya y algunas obras de Francisco Bayeu, por lo que el Museo sube sus fondos hasta 2.200 obras de arte. En 1873 el gobierno republicano nombra como máxima autoridad del Museo a Francisco Sanz y Cabot.[21]

Gracias a la intervención de Antonio Cánovas del Castillo y Arsenio Martínez Campos, el hijo de Isabel II es proclamado rey de España como Alfonso XII, el 29 de septiembre de 1874, dando inicio así a la Restauración borbónica en España. En 1881, el mismo año que Federico de Madrazo tomó la dirección del Prado, el barón Emile d'Erlanger dona al Prado las Pinturas Negras, de Goya, hasta entonces sitas en la Quinta del Sordo. Son restauradas por Salvador Martínez Cubells y enivadas al Museo. Alfonso XII murió en 1885 y al año siguiente le sucede su hijo póstumo Alfonso XIII. En 1894 murió Madrazo y le sucede Francisco Pradilla Ortiz, quien adquiere varias obras de la escuela española, de la flamenca y la alemana. Al poco tiempo Pradilla dimite y Luis Álvarez Catalá es el nuevo regente de los destinos del Prado. Pero poco después es reemplazado por el sevillano José Villegas, quien es el primero en idear una exposición, sobre El Greco. Más tarde organizaría otras sobre Zurbarán y Luis Morales. La creación del Real Patronato del Museo, sumado a las exposiciones, colocó al Prado en la vanguardia de la museografía internacional. En 1915 se dona al Museo una gran cantidad de obras de El Bosco, El Greco y Goya. A punto de celebrarse el centenario del Museo, fueron robadas varias piezas del Tesoro del Delfín, lo que provoca la dimisión de Villegas. Le sustituye Aureliano de Beruete y Moret, quien, para conmemorar el centenario del Prado, convoca a varios historiadores del arte para elaborar un catálogo de pinturas. También se edifican nuevas salas en la parte oriente, dos dedicadas a Velázquez y una más a El Greco. En 1920 Alfonso XII publicó un decreto cambiando el nombre del Museo a Museo Nacional del Prado, por el que era conocido popularmente desde hacía tiempo. Beruete muere en 1921 y le sucede Fernando Álvarez de Sotomayor, quien remodela el edificio de acuerdo a los planos de Villanueva y organiza una exposición para celebrar el centenario de la muerte de Goya, en 1928.[22]

Segunda República y dictadura modifica

La victoria republicana en las Elecciones municipales del 12 de abril de 1931 supuso el inicio de la Segunda República Española. Álvarez de Sotomayor dimitió y fue sucedido por Ramón Pérez de Ayala, quien al poco tiempo renunció por haber sido nombrado embajador en Londres. Francisco Javier Sánchez Cantón toma la dirección del Museo, y en 1934 presenta una exposición de litografías artísticas de Italia y Francia. La gran cantidad de donaciones realizadas al Museo en aquellos años produjo una sobrepoblación de pinturas, por lo que el gobierno decidió regalar algunas de esas obras a museos provinciales.[23]

El advenimiento de la Guerra Civil Española, en 1936, provoca el cierre del Museo el 30 de agosto. Poco antes Pérez de Ayala tomó efímeramente el gobierno del Prado, pero al renunciar le sucede Pablo Picasso, quien no ejerce de manera ejecutiva. Gracias al catálogo elaborado por el anticuario del Museo, Cruzada Villaamil, se pueden trasladar las pinturas a Valencia, luego a Gerona y más tarde a Ginebra, donde eran protegidas por la Sociedad de Naciones. En el trayecto fue dañada La carga de los mamelucos (Goya, 1814), pero restauraciones siguientes paliaron los daños. Poco antes del cierre del Prado varias pinturas fueron llevadas a Urracal y Cantoria, en Almería, donde fueron bombardeadas y destruidas en 1937.[24]


El Prado reabrió sus puertas el 7 de julio de 1939, tras el final de la guerra y el triunfo del bando nacionalista de Francisco Franco. Éste repone en su cargo a Álvarez de Sotomayor y Sánchez Cantón, quien cesó en 1938 por haberse a trasladar las pinturas a Rusia. En 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, el Prado recibe la Dama de Elche —más tarde legada al Museo Arqueológico Nacional— y la Inmaculada Soult, de Murillo. También varias obras de Melozzo da Forli, Fra Angélico, Sandro Botticelli, algunas esculturas de Sudamérica y la colección del Palacio de Liria, engrosan la colección años más tarde. Sin embargo, Carlos Bestegui deseaba donar varias pinturas de su legado —como La marquesa de Solana y otros cuadros goyescos—, pero su enemistad con Franco y Álvarez Sotomayor le inducen a desistir y donarlas al Louvre.[25]

En 1960 termina el largo período en que la dirección era ostentada por un pintor, pues al morir Álvarez Sotomayor, Franco designa como director a Sánchez Cantón, quien adquiere para el Museo El jardín de las delicias, de El Bosco, El lavatorio, de Tintoretto y El duque de Lerma, de Rubens. Otros cuadros importantes comprados en aquella época fueron los de El Greco, pues la mayoría de la colección de este pintor en El Prado fue adquirida en 1963. Muchas de las piezas de escultura, principalmente griega, se compraron en el mandato de Sánchez Cantón.[26]

Para 1968 el Prado perdió su autonomía y pasó a regirse por el Patronato Nacional de Museos de la Dirección General de Bellas Artes. Como director fue nombrado Xavier de Salas Bosch, y como subdirector Alfonso Pérez Sánchez. Ambos se plantearon la necesidad de ampliar el Museo, lo cual ya no era posible en el edificio de Villanueva, por lo que se eligió un edificio cercano. También se realizaron restauraciones y mejoras a los cuadros y a las salas donde éstos eran expuestos.[27]

La democracia modifica

 
Un pintor copia Marte, de Velázquez. La democratización española ha permitido el acceso de las clases bajas al Prado, a través de nuevas salas más populares.

Franco muere el 20 de noviembre de 1975, y es sucedido, a título de rey, por Juan Carlos I, nieto de Alfonso XIII. Comienza la democratización del Estado español y, paulatinamente, la del Prado también. Alfonso Pérez Sánchez da una serie de conferencias tituladas «Pasado, presente y futuro del Prado», donde aborda la necesidad de que el Museo sea gratuito, de que recupere su autonomía, y de que la fundación de amigos colabore también en la compra de nuevas obras de arte. Otra de las prioridades del nuevo gobierno ha de ser, según Pérez Sánchez, la inclusión de nuevas salas, en las que puedan construirse bibliotecas, salas de restauración, almacenes y despachos. Otro punto fue la instalación de sistemas de electricidad y de seguridad para prevenir robos e incendios. Todo lo que planteó Pérez Sánchez fue llevado a cabo por José María Pita Andrade, director del Prado entre 1978 y 1983.[28]

En la gestión de Pita Andrade se añade al Museo el Casón del Buen Retiro —para utilizarlo como laboratorio, gabinete de dibujos y taller de restauración—, y se contratan más restauradores, pues se había dejado de lado este tema desde la muerte de Álvarez Sotomayor. Asimismo, se exponen las recién restauradas obras de Luca Giordano y la colección de Isabel II. Hecho de especial trascendencia en este período es la exhibición del Guernica, de Picasso, cumpliendo los deseos del pintor malagueño. Pérez Sánchez convence a la dirección de publicar el «Boletín del Prado», que toma forma en 1980, bajo de la también recién nacida Asociación de Amigos del Museo del Prado.[29]

A pesar de haber logrado siete exposiciones en tres años —inédito hasta entonces—, Pita tuvo problemas con la Dirección General de Patrimonio, lo que hace que sea sustituido por el musicólogo Federico Sopeña. Éste adquiere varias obras de la escuela flamenca. Manuela Mena, subdirectora del Prado, coordina la labor restauradora de pinturas francesas y holandesas del siglo XVII. Al culminar la restauración, en 1982, se publica un catálogo de pinturas holandesas y flamencas, dirigido por Matías Díaz-Padrón.[30]

En 1983, tras el triunfo del PSOE, Sopeña es cesado y, por fin, Pérez Sánchez obtiene la tan anhelada dirección del Prado. Comienza su mandato ordenando la restauración de Las meninas y Las hilanderas, de Velázquez y del Retrato de Jovellanos, de Goya. Reorganiza nuevas salas y la jefa del gabinete de documentación, María del Carmen Garrido, realiza radiografías a las pinturas —destacan las hechas a las Pinturas Negras, de Goya—,[31] lo cual permite efectuar con mayor eficacia las restauraciones. En 1985 el Prado recobra su autonomía y se crea una nueva estructura de gobierno, en la que destacan las figuras del presidente, el Patronato y el director. Las aportaciones de instituciones privadas, como el Banco de Bilbao y Caja Madrid, permiten que los fondos donados sean usados para las restauraciones.[32]

 
Fachada de una de las nuevas ampliaciones del Prado, inauguradas por el rey Juan Carlos I el 17 de noviembre de 1997.

La Guerra del Golfo Pérsico, en 1991 ocasiona que Pérez Sánchez y varios altos mandos del Ministerio de Cultura publiquen un manifiesto en contra de que España participe en la guerra. Esto provoca su dimisión, y la dirección del Prado es tomada por Felipe Vicente Garín Llombart. En su mandato, varias obras del Museo, como el Guernica, fueron trasladadas al Museo Reina Sofía, que también agrupó obras del desaparecido Museo Nacional Contemporáneo. A pesar de haber perdido una obra emblemática, el testamento de Manuel de Villaescusa donó al Prado muchas pinturas del medioevo español y de Georges de La Tour. Sin embargo, la falta de espacio seguía siendo un problema. Finalmente, Garín renunció en 1993, pretextando cansancio y falta de ganas.[33]

 
El público contempla una de las nuevas salas de escultura del Museo, donde se exhiben las Musas.

Carmen Calvo, ministra de Cultura, propuso como sucesor de Garín a Federico Calvo Serraller, museográfo y catedrático de historia del arte. Seraller dirigió varias exposiciones, entre las que destacan Goya: El capricho y la invención, y algunas sobre El Bosco, Tiépolo y Coello. Pero sobrevino pronto su dimisión debido a que permitió que una revista fotografiase parte del Prado para una revista, lo que motivo que Calvo pidiese su dimisión.[34]

Tras la renuncia de Serraller, se nombró nuevo director a José María Luzón Nogué, antiguo director del Museo Arqueológico Nacional. Su primera acción fue publicar un plan de gobierno, donde afirmaba la necesidad de poner un precio a la entrada del Prado, organizar las visitas y, sobre todo, mejorar las instalaciones del Casón del Buen Retiro, el edificio de los Jerónimos y el mismo de Villanueva. El Patronato del Museo analizó las necesidades de éste y resolvió convocar a un concurso de ampliación del Prado. Se decidió que la ampliación se haría en el Casón del Buen Retiro —que albergaba el Museo del Ejército—, en el claustro de los Jerónimos y en el edificio que se encuentra entre el claustro y el edificio de Villanueva. El proyecto debería ser presentado en 1996, tener un coste no mayor de 20.000 millones de pesetas y debería ser presentado de forma anónima. El principal objetivo era dotar al Prado de 40.000 m&sup2 más. Para ello, el Prado analizó en marzo de 1995 el proyecto presentado por Dionisio Hernández Gil y Rafael Olarquiaga, que resultó ganador. Sin embargo, las obras de ampliación comenzaron hasta septiembre, incumpliendo así el plazo.[35]

La victoria del Partido Popular en 1996 produce el nombramiento de Esperanza Aguirre como ministra de Cultura. Designa a Fernando Checa director del Prado., que en ese entonces era profesor titular de historia del arte en la Universidad Complutense. En ese año comienzan las obras de restauración y ampliación, que se ven concluidas en noviembre de 1997. Hacia 1998, varias compañías públicas en proceso de privatización, donaron al Museo su patrimonio artístico, que constaban de varias pinturas de Rubens, Goya y Joaquín Sorolla, entre otros. Fueron restaurados los cuadros El caballero de la mano en el pecho, de El Greco, Las tres gracias, de Rubens y El jardín de las delicias, de El Bosco. Finalmente, en 2001 Checa renunció por desavenencias habidas con el presidente del Patronato, Eduardo Serra.[36]

Miguel Zugaza fue nombrado nuevo director del Prado en enero de 2002. El antiguo director del Museo de Bellas Artes de Bilbao propuso fundir la colección del siglo XIX con la actual, de modo que el visitante pueda conocer ambas colecciones al mismo tiempo. Ha propuesto, asimismo, crear el Centro de Estudios del Museo del Prado, en el Casón del Buen Retiro. Durante su mandato se han incrementado las exposiciones, como Sorolla&Zuloaga, El bodegón español, Pintura al desnudo, Mujeres impresionistas y las dedicadas a Goya. Entre otras cosas, destacan las donaciones que Isabel de Borbón, condesa de Esteban, hizo al Prado dando una importante colección de Tiépolo.[37] En 2008 ha levantado revuelo entre los círculos intelectuales de España la noticia de que El coloso, conocido cuadro de Goya, no fue pintado por el aragonés sino por su discípulo Asensio Juliá. Sin embargo, los expertos en temática goyesca, como Nigel Glendinning o Valeriano Bozal refutan el argumento dando varias pruebas de lo contrario.[38][39]

Notas modifica

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Referencias modifica

  • ANÉS, Gonzalo: Las colecciones reales y la fundación del Museo del Prado. Fundación Amigos del Museo del Prado, 1996, ISBN 8460627012.
  • BUENDÍA, José Rogelio: El Prado, colecciones de pintura. Bonn, Alemania, Editorial Lunwerg. ISBN 8477826943.
  • MERINO, Ediciones: Museo del Prado. 1994, ISBN 8486912504.
  • MUSEO DEL PRADO, Amigos del: El Palacio del Buen Retiro y el nuevo Museo del Prado. 2000, ISBN 8487317766.
  • Enciclopedia del Museo del Prado. 2001, ISBN 8496209601.
  • PORTÚS PÉREZ, Javier: Museo del Prado: Memoria escrita, 1819-1994. Amigos del Museo del Prado, 1994, ISBN 8487317308.
  • ZAPA OCIO, María Paz: El Museo del Prado. Edimat Libros, 2004, ISBN 9788497644853.

Enlaces externos modifica

Categoría:Museo del Prado Prado, Madrid Categoría:Neoclasicismo en España Prado Categoría:Pinacotecas

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